¿Qué son las rabietas?

Una rabieta o un berrinche es una forma inmadura de expresar ira, enojo o una respuesta a un deseo o necesidad insatisfecha.

Las rabietas o “berrinches” son comportamientos naturales durante el desarrollo de la primera infancia. Los niños tienen una tendencia normal y natural a afirmar su independencia a medida que aprenden que son seres independientes de sus padres.

Este deseo de control a menudo se manifiesta diciendo “no” frecuentemente y teniendo rabietas. Éstas empeoran por el hecho de que el niño o niña puede no tener el vocabulario para expresar sus sentimientos.

Las rabietas generalmente comienzan alrededor de la edad de 12 a 18 meses, empeoran entre los 2 y 3 años, luego disminuyen rápidamente hasta la edad de 4 años, después de lo cual casi no se deben volver a presentar. El hecho de estar cansado/a, hambriento/a o enfermo/a puede hacer que las rabietas empeoren o se vuelvan más frecuentes.

No hay que alarmarse, pues como ya se ha comentado éste es un comportamiento que forma parte del proceso normal de crecimiento y socialización del niño. No obstante, es importante recordar la destacada influencia que tienen los padres y madres en el desarrollo de una posible conducta o agresiva de su hijo/a, ya que estas rabietas o berrinches pueden extenderse a cualquier espacio, razón y edad dependiendo de cómo hayan sido tratadas las rabietas en su inicio. Por ello es muy importante predicar con el ejemplo y prestar especial atención a no reaccionar con agresividad ni ceder demasiado ante situaciones frustrantes.

¿Cómo combatirlas?

Por ello, vamos a empezar a incorporar ciertas conductas a nuestro día a día:

  • No ser indiferente a sus ataques. Si muerde o pega a otro niño, debemos intervenir, separarle y reprenderle por su actitud inadecuada. Es necesario que comprenda que no se debe pegar o morder porque hace daño a los demás y que debe disculparse por su comportamiento.
  • Ayudar al niño a exponer lo que le pasa con palabras. Si el niño no es capaz de comunicarse con las palabras, podemos hacerlo nosotros por él preguntándole por ejemplo “estás enfadado, ¿verdad?” o “Te has enrabiado por qué no puedes jugar con aquél juguete, ¿no?”. Así le haremos saber que le entendemos y le haremos entender cómo se está sintiendo. Este es un paso fundamental en la educación emocional.
  • Normalizar el cómo se siente. Debemos ser capaces de hacerle vez que lo que siente no es nada extraño, que todos nos sentimos así alguna vez mediante frases como “yo a veces también me pongo triste o me enfado”.
  • Enseñarle que se puede reaccionar diferente cuando algo sale mal. De esta manera el niño entenderá que existen alternativas y a tolerar mejor la frustración.
  • No enfadarse o gritar. Si actuamos levantando la voz, enfadándonos y mostrando nuestra frustración, lo único que conseguiremos es que el niño entienda que la violencia es la única posibilidad. Si en ese momento nos es difícil controlarnos, lo mejor será retirarnos unos segundos, respirar hondo, calmarnos y volver con el niño para hablar más tranquilamente con él sobre lo sucedido. En este sentido es importante crear un ambiente familiar en el que se premie por los comportamientos sociales positivos.
  • No responder a sus exigencias. No debemos someternos a sus ataques de ira y sobretodo no dar respuesta a sus exigencias, así se darán cuenta que con una conducta agresiva no conseguirán lo que se proponen.
  • Enseñarle a ser paciente. Enseñarle a esperar cuando quiere algo y a utilizar el lenguaje y la negociación en vez del ataque para conseguir alcanzar su objetivo.
  • Realizaremos tiempo fuera cuando la conducta sea no deseada. Avisaremos a nuestro/a hijo/a, contando hasta 3 sino automáticamente realizaremos tiempo fuera, en un espacio sin estímulo. Y le diremos la frase “cuando estés tranquilo/a y calmado/a hablaremos”. Siempre manteniendo la calma.

Si hemos llegado al extremo de practicar el tiempo fuera o la rabieta se ha alargado demasiado deberemos aplicar una consecuencia.

Las consecuencias deben ser inmediatas:

  • No esperar que repita una mala conducta para dar una respuesta.
  • Atender a las conductas positivas para dar un refuerzo inmediato.
  • Cuanto más inmediata sea la consecuencia de una conducta, más eficacia tendrá como intervención que favorece el control Las consecuencias deben ser específicas.
  • Tanto el premio como el castigo deben estar dirigidos a una conducta específica, nunca a aspectos generales.
  • El castigo debe ser proporcionado a la transgresión, no al grado de impaciencia o frustración que haya generado en los padres Las consecuencias deben ser constantes.
  • Independientemente del entorno, la consecuencia debe ser la misma Si una conducta se ha considerado intolerable un día, también debe recibir la misma consideración otro día.
  • Tanto el padre como la madre deben dar la misma respuesta.
  • Establecer un programa de incentivos antes de utilizar los castigos.
  • Planificar previamente la actuación ante posibles malas conductas.
  • Anticipar, analizar y, si es posible, prevenir.
  • Reconocer y aceptar que las interacciones dentro de la familia son recíprocas.
  • La conducta de los padres está muy influenciada por la conducta del niño y viceversa. Es poco productivo atribuir culpas.

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